¿Un i-mundo feliz?

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Sebastián de la Serna. Director Creativo Ejecutivo de la Oficina de Madrid. Saatchi & Saatchi Health.

¿Un i-mundo feliz?

20/7/2015
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Me despierto a las 7:11 de la mañana. Es el momento, dentro del rango de media hora establecido, que el sensor conectado a mi smartphone considera óptimo para despertarme atendiendo a mis ciclos circadianos. El sonido utilizado para despertarme es el clipping de noticias que una aplicación ha seleccionado en función de mis intereses, establecidos por mi perfil de búsquedas en Google. Entre esas noticias aparece alguna sugerencia comercial de productos o servicios afines a ese mismo perfil.

Una vez duchado, un panel en mi frigorífico me indica qué debo desayunar entre las existencias que hay a mi disposición y mi perfil de salud, establecido por el mismo sensor que me ha despertado, el peso registrado mientras me duchaba y un par de sensores más en mi cuarto de baño. Mi frigorífico me sugiere una nueva marca de zumo que se adapta a mis gustos y necesidades detectadas por el perfil de mis compras habituales. La lista de productos que debo comprar va creciendo en una sección de esa pantalla a la espera de que la orden de activar la compra, cosa que se hará automáticamente cuando llegue al nivel de necesidad/precio preestablecido por mi cuando configuré la correspondiente aplicación.

En la cocina desayuna mi hijo mientras atiende a información de su smartphone y ve vines en sus Google glasses. Capto su atención con un gesto y nos saludamos silenciosamente.

Mi smartphone me avisa de que la densidad del tráfico es mayor de la habitual, con lo que dispongo de menos tiempo para desayunar. Cuando bajo al garaje, la batería de mi coche está a plena carga, la temperatura es la óptima y el motor está en marcha. Mientras conduzco, los altavoces me leen los mensajes de mi correo, los de mis redes sociales y las entradas de mi agenda para ayudarme a planificar el día. Algún breve mensaje comercial me sugiere opciones de ocio en vista de la presión de mi agenda. También me indican que no debería pegarme tanto al coche de delante y que consumiría menos electricidad si revolucionase menos el motor.

En la oficina saben que estoy en el cruce entre Arturo Soria y Emilio Rubín, lo que significa que en cinco minutos estaré en la reunión. Aun así, una voz me avisa del inicio de la misma en cinco minutos.

El ascensor de la oficina ha detectado mi presencia. Al ver que subo solo, me saluda y me sugiere un restaurante para la comida programada en mi agenda para hoy en función del número de personas convocadas y la cercanía a cada una de ellas.

¿Quiero activar la reserva? ¿Quiero que me envíen más propuestas?

Durante la reunión la pantalla de mi ordenador me lanza sugerencias para optimizar mi tiempo, para mejorar mi ocio, para incrementar mis ahorros y para mejorar mi salud. Me muestra los mensajes que van llegando y me anuncia las próximas reuniones programadas en mi agenda. Los mensajes de Twitter se acumulan esperando un hueco en lo programado para ser atendidos.

El sensor conectado a mi muñeca me señala que debo comer algo porque con las prisas he desayunado poco. Me vendrían bien unas galletas de la marca X que contienen poco azúcar y las venden en mi hipermercado habitual.

Y aún no son ni las diez de la mañana. ¿Hasta dónde seremos capaces de aguantar esta presión comunicativa?

Esta progresión geométrica en las vías de contacto de nuestro organismo con su entorno, ¿tiene un límite?

Recuerdo cuando nuestras limitaciones físicas eran las que determinaban hasta donde llegaban los avances tecnológicos. Es lo que pasó hace años con las impresoras. Cada vez tenían más resolución, pero nuestros ojos eran los mismos. En seguida se llegó a un punto en que no eran capaces de captar los matices de los 1.200 ppp o de las doce tintas incorporadas. La diferencia entre una impresora de sopecientos ppp era inapreciable frente a otra que tenía el triple. ¿Pasará algo así con la mente?

¿Llegará un momento en que no seremos capaces de gestionar esa infinita afluencia de datos? ¿Qué pasará entonces?

¿Podremos implantarnos memoria o acelerar nuestra capacidad cognitiva de la misma manera que aumentamos la memoria RAM de un ordenador? Creo que llegará un día en que ésta será la única manera de incrementar nuestra capacidad de captación y procesamiento de información. Pero sobre todo me pregunto si esto nos hará más felices…

¿Queremos estar al tanto de todo lo que sucede dentro y fuera de nuestro cuerpo instantáneamente y a cada momento?

¿Mejorará eso nuestras vidas o las convertirá en invivibles? ¿Quedará espacio para la socialización en el plano físico? Porque si hay algo que cada vez escasea más en nuestras vidas es tiempo y todo este universo de información consume grandes cantidades de tiempo.

En el mundo de la comunicación vivimos momentos confusos. Cada poco oímos de ingenios que desaparecen antes de aparecer. Aparecen aplicaciones ingeniosas pero innecesarias. Nos encontramos con mensajes publicitarios en los lugares más absurdos, invasivos e incómodos que lo único que consiguen es transformar una marca en una hatemark. Vemos aparecer tecnologías aplicadas a nuestro sector pero rechazadas por su invasión de nuestros usos y costumbres, como puede ser la actitud de las redes de ventas frente a la fiscalización de las visitas a través del edetailing.

Hay que pararse y reflexionar. Y esa reflexión es ahora más que nunca un trabajo creativo. Un trabajo en el que las agencias de comunicación debemos aportar. Para sugerir caminos adecuados, herramientas útiles y bien realizadas, proyectos de comunicación dirigidos a un lugar específico. Las marcas ya no solo comunican a través de mensajes. Comunican a través de lo que ofrecen a la sociedad no solo en programas de relaciones públicas o en proyectos de responsabilidad social corporativa. También lo hacen a través de herramientas digitales que pueden aportar en nuestra vida diaria.

En el universo Health esto es más explícito aún, ya que nuestro cuerpo es un generador de información captable y procesable a través de diferentes wearables que gestionan dicha información para aplicarla en beneficio de nuestra salud y bienestar.

El territorio en el que las agencias trabajamos se multiplica exponencialmente cada año y tenemos no solo que conocerlo, si no que utilizarlo. Los canales de comunicación ya no son los que eran, o ya no son solamente los que eran. Ahora ni siquiera son estancos. Los canales se mezclan, se cruzan, conviven unos con otros. Ya no sabemos si el último mensaje de una marca lo hemos visto en la televisión, en un post en Twitter, en un muro de Facebook o en una pantalla en el canal del metro. No sabemos siquiera si lo último que nos hizo aumentar nuestra simpatía por una marca fue un mensaje, una acción o un artilugio para facilitarnos en algo la vida.

Tenemos que saber movernos en este territorio, ayudar a nuestros clientes a encontrar el camino para aprovecharlo sin malgastar tiempo y recursos. Debemos saber dónde podemos aportar y dónde debemos buscar ayuda. Debemos poner el foco en las acciones de comunicación que a través de cualquier modalidad tecnológica nos permitan beneficiar a nuestras marcas.

En Health el universo es especialmente grande. Por eso también hay más posibilidades de perderse. Como agencias tenemos la obligación de conocer el camino y ayudar a nuestros clientes a transitar por él. Debemos trabajar buscando las opciones que hagan destacar a nuestras marcas en este mundo tan complejo. Sin que pierdan su simpatía, sin que molesten. Construyendo y desarrollando su esencia coherentemente. Porque nadie como nosotros conoce la importancia de la marca. Es el eje alrededor del cual se mueve todo lo que hacemos en una agencia de publicidad y, por eso, debe ser la protagonista de cualquier acción de comunicación, por brillante, rompedora e innovadora que ésta sea.

(Son las 23:33. Mi iWatch me indica que si quiero que mi colesterol baje de los 245 que tengo en este momento, debo correr tres kilómetros antes de acostarme. A por ello…). 

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