
No sé si ustedes se acordarán de unos dibujos animados de allá por la década de los setenta, cuyo protagonista era un pollito con plumaje negro llamado Calimero, que andaba siempre de aquí para allá con media cáscara de huevo en su cabeza a modo de sombrero y que contaba cómo iba con sus amigos a correr mil y una aventuras, las cuales tenían la característica de ser unas historias muy blancas y sin ninguna maldad, enseñando a los chavales la importancia de ser buenos y lo malas que son las injusticias.
Una de las características principales de ‘Calimero’ era su ingenuidad e inocencia, más bien trágicas, y que se lamentaba con frecuencia de que la vida era injusta con él, si bien conservaba su proverbial carácter inconformista. En todos los casos es generoso y resuelto, y tiene un gran sentido de la justicia, intentando siempre ayudar a todo el que se encuentre en problemas o en una situación injusta, gracias a su honradez y buena fe.
Pues bien, les juro que, como farmacéutico, cada vez me acuerdo más de él y estoy empezando a sopesar la posibilidad de incluir un gorro parecido a su cascarón en el uniforme de la farmacia. Y he llegado a esa idea porque cada vez tengo más claro que no nos quiere nadie. Ni los políticos, como bien se han podido ver en las referencias de sus distintos programas electorales: escasas, contrarias a la realidad y sin ningún atisbo de consenso con el sector. Ni los ciudadanos, ante los que seguimos siendo unos privilegiados dignos de sufrir escarnio público por nuestras múltiples prebendas; ya no se acuerdan de la pandemia. Ni nuestros colegas médicos, veterinarios o enfermeros, que se empeñan en vernos como meros tenderos pero que no dudan en tratar de cortarnos las alas cuando intentamos salir de ese papel mal asignado. Ni los gobiernos, empeñados en que seamos nosotros, en solitario, los que sostengamos los recortes (es que somos capaces hasta de engendrar dentro de la familia a nuestros peores enemigos económicos).
¡! Que injusticia ¡!
¿Esto significa que debemos dejarnos ir hacia una muerte anunciada? En absoluto, todo lo contrario. Hay que luchar defendiendo nuestra digna profesión. El problema surge cuando cada uno quiere tirar para un lado. Unos porque piensan que mejor no montar pollos vaya a ser que alguien se enfade y sea peor. Otros porque lo que propugnan es que, habida cuenta de la bajada de la facturación, nos metamos a saco en la voracidad del mercado con las mismas herramientas que utiliza cualquier otro establecimiento, e incluso emplear el “todo vale” en tiempos de pérdida de rentabilidad para emprender sucios negocios. Los hay que, sin contravenir a los demás, quieren centrarse en la ampliación de los servicios sanitarios que demos a la población, con su correspondiente pago (¿?), que no se sabe quien hará.
Y ese es en verdad nuestro problema, la falta de unión y de ser capaces de tomar medidas contundentes. ¿Cuántas entidades dicen representarnos? Yo pertenezco a 3, colegio, asociación profesional y sociedad comunitaria, y es muy raro que marchen cogiditas de la mano.
Yo no puedo entenderlo, será que mi plumaje es diferente, me meto en muchas actividades, me enfado con las injusticias, no se callarme y soy inconformista por naturaleza. ¿Entienden ahora mejor lo de Calimero?