
En salud, cada detalle importa. A veces, basta una coma mal puesta para cambiar el sentido de un diagnóstico. Un pequeño ajuste en la dosis para marcar la diferencia entre el éxito terapéutico y el riesgo. Un gesto en la conversación médico-paciente para transformar el miedo en confianza.
En comunicación pasa lo mismo. A veces solo hace falta poner el acento en lo que de verdad importa para que todo cambie. Vivimos un momento apasionante en el que la ciencia avanza a un ritmo vertiginoso, los datos se multiplican y los pacientes reclaman ser el centro real de cada decisión. En este contexto, la creatividad no puede ser un simple adorno. Tiene que ser un instrumento de precisión, capaz de traducir el conocimiento científico en mensajes que conecten, emocionen y movilicen.
Por eso creo en una creatividad que ponga acento a los proyectos. Esa que no solo es brillante, sino que tiene dirección, intención y un propósito claro. Porque en salud no basta con llamar la atención: necesitamos generar impacto, movilizar conocimiento y conectar de forma real. Esa creatividad capaz de transformar el mundo en el que vivimos y que tenga un impacto real en los pacientes. Pero para ello, también necesitamos una ciencia que ponga acento en el rigor. Orientada a comunicar, conectar y transformar. Porque no basta con tener conocimiento; hay que saber activarlo y traducirlo en ideas comprensibles, relevantes y útiles para quien las recibe.
Y, sobre todo, poner acento en las personas. En la escucha, en el detalle, en el respeto por quienes viven la experiencia de la salud desde un lado u otro de la mesa. Ese acento que une profesionales y pacientes, ciencia y emoción, datos y decisiones.
Hoy, más que nunca, es el momento de poner el acento donde toca. Porque cuando la creatividad respeta el rigor, cuando la ciencia se expresa con alma y cuando la conexión es genuina, las ideas pueden, de verdad, cambiarlo todo.