
El sector farmacéutico, como la ciencia, ha ido avanzando siempre al ritmo que han marcado las necesidades de la sociedad de cada época. Así, cada generación de farmacéuticos ha ido adoptando e incorporando conocimiento y nuevas herramientas que le han permitido responder a los grandes desafíos del sector sanitario. Lo hemos visto muchas veces y en otros muchos sectores: cuando parecía que no quedaba nada por inventar, surgía una nueva herramienta que revolucionaba por completo las formas de hacer. Hoy, con motivo del Día Mundial del farmacéutico que celebrábamos hace poco, somos conscientes de que el colectivo de farmacéuticos vive otro de esos momentos clave en el devenir de su profesión con la irrupción de la Inteligencia Artificial que, como veremos, está revolucionando la industria y cambiando por completo muchas de sus dinámicas.
Porque su irrupción ya no es cosa del futuro y empieza a formar parte de las metodologías internas de toda la cadena de valor del sector farmacéutico y, aunque pueda parecer algo lejano, se está consolidando en este momento como un recurso que nos permitirá transformar la regulación, la investigación y el diseño de nuevos fármacos o su producción, entre otros ejemplos de sus aplicaciones.
Prueba de su uso más evidente es que la IA permite analizar grandes bases de datos (resultados analíticos de diferente índole, literatura científica, registros, patentes…), identificando patrones e incluso prediciendo resultados, lo que permite agilizar procesos documentales y de innovación, en la búsqueda de nuevas indicaciones en los fármacos existentes o para anticipar propiedades de absorción, distribución, metabolismo, excreción o toxicidad de los nuevos medicamentos.
Esta tecnología se utiliza asimismo para asistir a la formulación del medicamento en etapas tempranas de desarrollo, minimizando el esfuerzo experimental, aumentando las probabilidades de éxito y aprovechando, en definitiva, el poder de la tecnología para una toma de decisiones correcta.
Igualmente, en el ámbito de los ensayos clínicos, la IA permite optimizar el diseño de los estudios y recortar los tiempos de desarrollo. Por su parte, en la fabricación, puede optimizar procesos, mejorar tiempos de suministro, detectar factores subyacentes de variabilidad en los procesos, disminuir la probabilidad de rechazos, y, en definitiva, mejorar la eficiencia.

Detecta también en farmacovigilancia señales tempranas de efectos adversos en bases de datos clínicas, redes sociales o informes de campo, lo que permite intervenir antes y con mayor precisión. Esto se hace evidente, por ejemplo, cuando hablamos de pacientes que conviven con tratamientos largos, ya que con cada vez más frecuencia podrán recibir pautas personalizadas y dirigidas a reducir efectos adversos. En el caso de pacientes crónicos, además, permitirá adelantarse a posibles reacciones adversas, ofreciendo seguimientos seguros y eficaces.
Ahora bien, tanto en esta como en otras profesiones, no podemos pensar que la IA sustituirá al farmacéutico. Por ejemplo, en las primeras fases de desarrollo, esta tecnología podrá cribar las bibliotecas virtuales y procesar grandes volúmenes de información aportando precisión y rapidez. Pero la última palabra siempre deberá pasar por el juicio de un farmacéutico experto, que siempre añadirá valor en base a su conocimiento y experiencia, más allá de lo que refleje un conjunto de datos. Ahí es donde debemos permanecer alerta, pues la tecnología no debe dictar el rumbo de la farmacia, sino acompañarnos y potenciar lo que mejor sabemos hacer.
En definitiva, vemos cómo la IA se aplica ya a todos los eslabones de la cadena farmacéutica: desde ayudar en la formulación de un nuevo fármaco hasta vigilar su uso en el mercado. Esto, sin lugar a duda, constituye una ventaja estratégica y una oportunidad no solo en beneficio de las compañías vinculadas al sector sino también para la mejora de la calidad de vida de los pacientes.
Y en este potencial auge del que todavía quedan muchos capítulos por ver, debemos comprender que esta tecnología no se posiciona como una amenaza para el profesional, ya que el criterio, la experiencia y el sentido común siempre primarán cuando se trate de la seguridad de los pacientes. La IA, por tanto, debe verse como un aliado, que nos ayuda a encontrar esas soluciones o detalles que escapan a nuestra vista de una manera más rápida. Más allá de esta tecnología, la verdadera revolución la marcan los farmacéuticos y expertos de la salud, cuyo objetivo es velar por la salud de los pacientes día tras día.
